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UN MES Y UNA VIDA DE FUTBOL, VISTOS CON OJOS CREATIVOS


 Para los familiares, amigos y personas en general que han sentido alguna vez que la llama del futbol calienta su corazón.
HECTOR HORACIO MURCIA CABRA

Al empezar este mes de junio de 2014 dejamos por unos días el rigor académico, para enfocarnos en el MUNDIAL DE FUTBOL, acontecimiento deportivo que congrega músculos, mentes y voluntades, no sólo de quienes buscan el gol y la victoria final en las canchas de futbol, sino de quienes sufren y se alegran a la par de sus héroes, enfundados en camisetas de colores. Estos atuendos  simbolizan la fuerza integradora de seres humanos de países que olvidan por estos días sus interminables (y en la mayoría de los casos justas) luchas políticas, sociales y económicas para apoyar con fortaleza y en forma virtual y presencial la mejor orientación de un balón sobre un verde engramado.

Y recordamos que el futbol ha sido compañero inseparable de muchas de nuestras vidas y momentos  creativos.

La nostalgia que sentía un periodista deportivo, Gabriel Meluk, al recordar la cálida presencia de su padre al animarlo a ir con él a los estadios (“porque el fútbol, la pasión por un equipo, el interés por el juego, es una semilla que por lo general les plantan en el corazón los padres a sus hijos” http://www.eltiempo.com/deportes/columnistas-deportes/meluk-le-cuenta-nostalgia/13762815 ) es la misma que sentimos quienes desde muy niños comenzamos a visitar los escenarios deportivos en búsqueda de la ilusión del triunfo de nuestro “equipo amado”, compartiendo con fanáticos de otras “escuadras”, sin vivir con tantos extremismos como los que se experimentan en la actualidad.

Y otros famosos periodistas y escritores, que al igual que el anterior son ejemplos de inagotable creatividad,  nos muestran que esta del futbol es una afición colectiva que llega a todo mundo. Daniel Samper, por ejemplo, comenta que iba a los estadios desde cuando tenía tres años de edad http://revistadiners.com.co/actualidad/11884_el-auto-psicoanalisis-de-daniel-samper-pizano/ . Y el recordado maestro Gabriel García Márquez comentaba en el diario El Heraldo de Barranquilla en una columna titulada "El Juramento", de cómo perdió "el sentido del ridículo" al convertirse en hincha. http://www.latercera.com/noticia/deportes/2014/04/656-574411-9-garcia-marquez-y-el-futbol-hincha-de-junior-de-barranquilla-y-homenajeado-con-un.shtml

De todas maneras, con estos ejemplos inspiradores recordamos que en otras épocas gozábamos del eclecticismo de padres que, siendo a veces hinchas de otro equipo diferente al nuestro, animaron nuestras esperanzas infantiles llevándonos a los estadios a ver desde lejos a los gloriosos deportistas que encarnaban nuestros deseos de victoria. Ellos, como en el caso del mío, nos compraban camisetas, “guayos”, medias e implementos deportivos del “team” de nuestros amores, siendo partidarios de otro club; pero gozaban con la alegría de sus hijos, a veces disimulando alegrías y tristezas diferentes a las de su prole.

Pensando en estas vivencias, uno de los cuentos que diseñamos para nuestras clases de creatividad empresarial se refiere a la vida de un sencillo personaje que, como muchos más que hoy deambulan por todos los ámbitos del mundo sienten en carne propia los resultados del futbol, olvidando en muchas ocasiones y por momentos las situaciones que se viven en el universo social, económico y político, como el que sienten las poblaciones a las que pertenecen las selecciones y donde se juega el publicitado campeonato del mundo.

Para el cuento aplicamos las técnicas de creatividad de punto de entrada y de salida, dejando a la imaginación del lector la posibilidad de escudriñar las motivaciones que tuvo el escritor para plantearlo (entrada) y el destino final del personaje del episodio narrativo (salida).

Expresamos un sencillo reconocimiento para el deporte que nos ha unido y los mejores deseos para todos los hinchas de sus selecciones nacionales y en el caso mío para quienes con la camiseta del color del sol que pintábamos cuando niños, representan nuestras ilusiones de hoy de siempre.
 

EL GORRIONCILLO PECHO AMARILLO

Parte del libro "Instantes creativos en varias vidas" de Héctor Horacio Murcia Cabra (2011, Editorial Produmedios, Bogotá, Colombia)

El gorrión es un ave que vive muy cerca a los ambientes domésticos y a las habitaciones humanas, pájaro sedentario de figura familiar con alas castañas y blancuzcas.

Los compositores musicales y cantantes mexicanos lo han inmortalizado, tanto en una canción que lo presenta con su pecho amarillo revoloteando un nido desierto y sufriendo por la suerte de sus congéneres, como siendo víctima de la ingratitud de su inseparable pareja, la calandria, después de ayudarla a salir de una jaula de oro “que por más que sea de oro, no deja de ser prisión”. Triste suerte en ambos casos, que nos pone a pensar sobre la realidad de su vida.

No sé por qué razón en el estadio deportivo “El Campín” de Bogotá, Colombia, existía la costumbre de llamar con este nombre ornitológico a la tribuna o la galería a donde iban los niños de muy escasos recursos como la sección de “los gorriones”. Talvez, cuando algún erudito en estos recovecos deportivos lea estas deshilvanadas notas (como empiezan a veces los discursos retóricos adornados con hipócrita humildad) saldrá con todos los antecedentes olímpicos y genealógicos de esta costumbre; por ahora, me conformo con recordar esta pintoresca denominación.

*
 
Conocí a uno de estos gorriones humanos, que se llamaba Calandrio Volador. Aún me parece verlo con su transparente palidez, que tenía un brillo amarillento, su escasa estatura, sus raídas pero limpias vestiduras y un paquete debajo del brazo, conteniendo quizá algunos mendrugos de pan que su madre le envolvía para que saciara su hambre de día feriado, cuando desde muy temprano salía los domingos de su casita de pobre hacia el coliseo deportivo al que iba a mirar los partidos de balompié que allí se desarrollaban en horas de la tarde.

Asistía con regularidad a estos encuentros entrando gratuitamente a la tribuna de gorriones hasta que, por su proceso normal de crecimiento llegó a sobrepasar una línea burdamente trazada en la pared, que celosamente vigilaban policías con trajes verdosos y que rigurosamente hacían respetar cuando consideraban que algunos de los infantes que entraban estaba lo suficientemente crecido, para dejar de ser considerado dentro de la categoría de “gorrión”.

Calandrio empezó entonces, al igual que su tocayo volador a tener ínfulas de golondrina, como aquella que viaja de extremo a extremo del mapa del continente americano. Empezó así un periplo migratorio por todos los recodos del coliseo deportivo, que acompañó todos los días de su vida.

Su primer vuelo fue casi de magnitud transoceánica, pues pasó por encima del mar verde de la cancha del estadio: fue a dar directamente a la mejor tribuna, aquella de los lados considerados como de Preferencia y Occidente, en los que no pega el sol en las horas de la tarde. Y siendo aún gorrioncillo siguió cubriendo sus carnes con raídas pero limpias vestiduras, para recitar a los grandes señores que llegaban con sus elegantes paragüas y sus modernos radios transistorizados un plañidero estribillo “¿me entra, por favor?”, que muchas veces era rechazado, pero en otras lo llevaban a saborear la gloria, cuando se sentía dentro del estadio.

Allí, en esa elegante parte de la estructura de cemento, conoció de cerca a sus ídolos de carne y hueso, muchos jugadores con acento extranjero, cuyos nombres repetía con veneración durante la semana.

*

Pero nuestro pajarito siguió creciendo y sus alas empezaron a rasgar sus vestiduras infantiles, lo que fue notado por los celosos porteros, vigilantes feroces de las entradas del estadio, quienes otra vez impidieron su ingreso por estar “crecidito”, sufriendo una nueva frustración que detuvo su vuelo por algún tiempo. Sus padres no tenían dinero para ayudarle a pagar las entradas a otros sitios del estadio, ni estimaban que este era un gasto conveniente dentro de los exiguos ingresos que percibían.

Cuando meses después pudo recibir algunos centavos para él, como pago por su trabajo de ayudante a un carpintero de su barrio (lo que hacía desde que se pudo sostener en pié, al tiempo que asistía a una escuela pública, entregando siempre sus reducidas entradas para el mantenimiento de su madre) reinició su vuelo, ya como joven gorrión.

Volvió a traspasar la puerta del coliseo y voló a baja altura, porque los dineros que reunía apenas le alcanzaban para pagar una modesta entrada a las tribunas de Norte y Sur o de Laterales Bajas, aquellas que quedan exactamente detrás de los arcos o porterías de la cancha, donde se ubica el llamado golero de cada equipo y donde toca gastar mucha imaginación para las jugadas que ocurren en el confín opuesto a donde uno se localiza.

Progresó algo más, cuando mejoró sus ingresos ya como carpintero principal y ahorraba de vez en cuando para ir al mismo sector, pero ya en la parte alta, para lo cual sólo gastó pocas energías en su vuelo de gorrión más grande. Pudo tener así una mejor imagen del océano verde y recordaba entonces su vuelo trasatlántico como pequeño gorrión recién salido de su nido original, pero con arrestos de golondrina.

Y el carpintero volador mejoró su trabajo, haciendo muebles para gente de mayores ingresos, parecidos al tipo de señores que normalmente van a las tribunas preferenciales en los estadios, como los que le sirvieron de soporte al emprender su primer viaje largo.

Fue así como pudo seguir volando, aunque casi a la misma altura a la cual se acababa de elevar: pasó a una galería un poco más cara, aquella en la que el sol le pegaba de frente en las tardes dominicales y que en la jerga de los estadios llaman “Oriental” o “Tribuna de sol”. Allí tenía una mejor panorámica de su verde mar, con los eternos navegantes que semana tras semana flotaban en su inmensidad, persiguiendo una bola de cuero.

Deseaba fervientemente cada día volver a volar tan largo y tan alto como lo hizo en su niñez y emprender otro viaje por encima de su mar para llegar a ubicarse otra vez enfrente de donde ahora estaba, con su buen radio transistorizado debajo de sus adustas alas.

Por estas épocas vestía también su tórax con la camiseta de la selección de su país, asemejándose al gorrioncillo pecho amarillo cuya historia escuchaba cantada por un señor Pedro Infante, de lejanas tierras del norte. Buscaba también alguna calandria que lo acompañara en su vida sentimental, así no tocara liberarla de una jaula de oro.

*

Persistía en estos pensamientos y soñaba con visitar otros océanos para no quedarse viendo solamente visos y destellos azules y rojos sobre su verde mar, que se elevaban cuando jugaban los equipos de Millonarios y Santafé, sino también apreciar en la ciudad de Cali los verdes y rojos del Deportivo Cali y el América, o los similares pero con alguna inclusión azulosa del Atlético Nacional y el “poderoso” Medellín en la ciudad de este último nombre.

A lo mejor pensaba en adquirir nuevamente sus impulsos de golondrina y tratar de volar hacia la Tierra del Fuego para ver a su paso las radiaciones cremas y albiazules sobre el fondo verde de los encuentros Universitario y Alianza Lima en el Perú, antes de arribar a ver los blancos con línea roja atravesada y los azules con franja amarilla de los clásicos River Plate – Boca Juniors en Buenos Aires.

O por qué no migrar hacia el norte, buscando la tierra del gorrioncillo pecho amarillo de las canciones que llamaban “rancheras” y viendo los cruces de camisetas amarillas y albirrojas de los encuentros entre el América y las chivas rayadas del Guadalajara. A su paso vería seguramente unos entrelazamientos morados y rojiazules al pasar por San José de Costa Rica y Alajuela en las tierras ticas del Saprisa y La Liga Deportiva Alajuelense.

Todo eso me contaba Calandrio, el gorrión maduro, cuando a menudo nos encontrábamos en las inmediaciones de su casa, localizada muy cerca a la de mi estancia habitual.

*

He dejado de verlo por mucho tiempo y quisiera volver a localizarlo, en esta época en la que podría realizar sus viajes imaginarios con la ayuda de las ondas de la comunicación satelital en las que todos los días es posible volver a ver sus ídolos por medio de los aparatos de televisión.

No sabemos si el gorrión, nuestro gorrión, nuestra ave sedentaria, habrá tenido un final parecido al de uno de los sones mexicanos al llegar algún día a su casa y no encontrar a la vieja que le envolvía los mendrugos de pan para alimentar sus hambres infantiles, o si habrá tenido contratiempos localizando a la calandria de sus sueños, como sonaba la otra canción.

Quizás habría tenido que sortear otras modernas amenazas cuando aparecieron los extremistas o fanáticos del balompié que se matan por cubrirse con camisetas de diversos colores y no revestirse de los pechos amarillos de su insignia de país, que simboliza propósitos nacionales. Quién sabe también si al buscar probablemente otros horizontes para su vuelo sus estrujadas alas castañas y blancas hubieran quedado adheridas toscamente a la puerta de otro coliseo deportivo en donde grupos de fanáticos llevados por el pánico se hubiesen estrechado unos contra otros en un abrazo de muerte.

Queda a la creatividad del lector el ayudarme a buscar una respuesta coherente en esta búsqueda. Quiero imaginar que este vuelo final no ha quedado trunco y que las ilusiones llegaron a completarse; que el aire que brindó favorable respaldo a las trayectorias infantiles y juveniles del gorrioncillo lo siguió respaldando cuando quiso trasmontar el verde océano y nunca lo ahogó.

Otros navegantes seguirán flotando en estos mares insondables y otros pájaros, domésticos o  migratorios, surcarán sus cielos. De todas maneras es difícil olvidar en este diario trasegar al pequeñín de las alas castañas y blancas que creció hasta alcanzar el infinito.

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