Algunos (as) de nuestros (as)
amables lectores (as) nos piden opiniones en varias ocasiones sobre la
situación agropecuaria y rural de diversas naciones en las que no cesan de
presentarse dificultades de distinta índole a raíz de las condiciones en que se
debaten los sectores vinculados al agro.
Sobre el particular, en muchas
oportunidades participamos en investigaciones y escribimos artículos y
ponencias que expresaban nuestros conceptos técnicos y académicos para casos
como el colombiano. En registros electrónicos divulgados a nivel mundial se
encuentran las respectivas evidencias.
No obstante, quienes nos leen
nos han recordado en estos días unos de los cuentos que publicamos en el libro “Instantes
creativos en varias vidas”, que se usa como material de referencia de una de
las técnicas de creatividad llamada “Punto de entrada”, basada en la conocida “estrategia
de la inspiración” (para vencer el desafío de la hoja en blanco), y que la
ampliamos complementándola con la denominación de “Punto de salida”.
En esencia, se trata de analizar en la parte de entrada, cuáles son las motivaciones que tuvo un autor para escribir sobre un tema. Y en la parte de salida, se pretende convidar a los lectores a que planteen opciones alternativas de finalización de un escrito narrativo.
Invitamos nuevamente a
ejercitar la imaginación, leyendo el cuento que se incluye a continuación y
comentando sobre su posible origen y su finalización. Entre quienes participen
entregaremos ejemplares del texto completo y original (enviándonos sus
informaciones electrónicas básicas).
LO PEYORATIVO DE LA AGRICULTURA
(Parte del libro “Instantes Creativos en varias vidas” de
Héctor Horacio Murcia Cabra (2011). Produmedios, Colombia
Cerré los ojos un instante y con la vertiginosidad de la
mente me trasladé a la sala de mi casa en la ciudad, recordando la escena de mi
conversación de la semana anterior con mi hijo, el extensionista agropecuario,
el “Campitos junior” como le decimos en familia.
En medio de su agitada labor, porque él si pudo conseguir
un empleo regularmente remunerado, en el universo de desocupación que me dice
que afrontan sus compañeros, me contaba unas anécdotas de su diario transcurrir:
—Fijate "apá" que por todas partes que voy no
escucho sino comentarios como estos: Que estudiar agricultura es sólo para los
tontos o brutos. Nada hay más digno que estudiar en la ciudad y ojalá una
profesión que no tenga que ver con el campo.
—Entonces, ¿hay como un desprecio hacia lo que
viene del campo? —inquirí- .
—Imaginate —así
sin tilde, me decía el Campitos— que hasta dicen que cuando alguien está muy
mal vestido en una reunión de caché, o entra con un traje informal, lo menos
que le dicen es “qué tipo tan agropecuario” o “qué persona tan campesina”. Lo rural es asociado con atraso, fuerza bruta
y poco de cacumen. En otras partes dicen que el profesional agropecuario tiene
dos felicidades: la una cuando compra finca y la otra cuando … puede venderla,
porque no la puede manejar.
—Si hasta la finca la definen
como una isla: porción de tierra rodeada de deudas por todas partes y un idiota
en el centro que cree que es el dueño. Los cuentos y chascarrillos pasan de
claro a oscuro y todo es un reflejo de lo mal que se ve al sector y de lo poco
que se lo apoya.
— ¿Y tus compañeros de estudio
qué dicen, o qué hacen?
- Muchos de mis colegas están
desempleados o algunos vendiendo su trabajo por lo que puedan darles,
trabajando en cosas distintas de las que estudiaron (lo que hoy llaman
ocupación disfrazada o subempleo). Yo trabajo y casi no veo el resultado: pocos
cultivos pagan sus costos, el mercadeo falla, casi no hay crédito y más encima
se nos metió la violencia por todo lado. ¿Será apá, que vale la pena trabajar
en esto?
Al oír a mi hijo se me vino a la mente el
recuerdo de mi vida rural y me acordé de lo que me había contado Marco Tulio
Urizar, un gran amigo guatemalteco de la tierra que él llamaba “del quetzal”,
paisano de los mentados Miguel Angel Asturias y Ricardo Arjona, quien me decía
con su habitual chispa de humor:
— ¿Sabes cuál es el país con más bajos
rendimientos agropecuarios en el mundo y
al que nos estamos pareciendo cada día más?
Cuando yo le decía que sería alguna nación africana, el
hombre respondía en medio de su contagiosa risa:
—Pues el Vaticano…. Porque sólo ha producido
cinco papas en cincuenta años.
Dibujando una sonrisa en mi rostro al recordar a mi amigo
chapín de otras agradables épocas, agregué a los planteamientos de mi hijo:
—Qué tristeza. De todas formas, sigue
luchando, porque eso es lo que sabes y
para lo que has estudiado. No creo que haya mal que dure cien años ni cuerpo
que lo resista.
No obstante, acuérdate que hasta Juanito
Rulfo (nuestro recordado autor de “El llano en llamas” y “Pedro Páramo”)
contaba que había lugares como Luvina en los que los niños pegan el brinco del
pecho de la madre al azadón y luego se van lo más pronto de ahí.
Sin embargo, aunque a los viejos los trataron
de convencer que se fueran para otro lado, donde la tierra fuese buena, siempre
contestaron: “pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no
podemos dejarlos solos”
Mientras haya alguien que crea que es bueno
seguir trabajando en el campo y haya gente con hambre, vale la pena seguir
buscando cómo producir los alimentos que se necesitan.
El enfoque y realidad peyorativa o
despreciativa de la agricultura no puede llegar a triunfar.
No obstante, en el fondo de mi ser me carcomen las dudas y
pienso:
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